Archivos del mes: 28 junio 2014

DISCERNIMIENTO VOCACIONAL FRANCISCANO

Jornada vocacional franciscana

Paz y bien.

Los frailes misioneros franciscanos, te invitamos a una jornada espiritual de discernimiento vocacional.

Los días 28 y 29 de junio del 2014 en la Iglesia San Agustín, ubicada en la C/. Bolívar 518, Trujillo – La Libertad – Perú.

  • Traer: Biblia, catecismo, el santo rosario y accesorios de aseo personal.

  • Para mayor información comunicarse: Cel. Fr. Nelson: 976 461 992; Fr. Antonio: 992836210.

«¡EL Señor te bendiga y te guarde!

¡El Señor  haga resplandecer su rostro sobre ti y te mire con buenos ojos!

¡Señor vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz.»

(Núm 6,24.26).

EL ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL HACIA EL FIN ÚLTIMO DE LA VOCACIÓN

EL ACOMPAÑAMIENTO VOCACIONAL HACIA EL FUN ÚLTIMO DE LA VOCACION
Los datos de la antropología indican la necesidad que el acompañamiento vocacional tiene de abrirse a una antropología adecuada que, sin operar falsas uniones entre psicología y teología, sea de auténtico servicio a los candidatos a la vida religiosa en primer lugar , a la Iglesia y a los institutos religiosos después. Entender las reales motivaciones que guían a la persona es importante y esencial para poner en práctica un acompañamiento vocacional personalizado.
Veamos ahora tres tipos de desafíos pastorales a los cuales tal antropología puede dar una contribución y orientar hacia una respuesta clarificadora.
* El primer desafío está dado por la dificultad del discernimiento vocacional . Cualquiera que haya debido ocuparse, aunque sólo mínimamente, del discernimiento vocacional sabe cuán difícil es madurar las motivaciones y después pronunciarse, en algunos casos al menos. En este sentido, una antropología en grado de ayudar a comprender la influencia de la motivación subconsciente y de dar los instrumentos para identificar cuál es su impacto sobre la dinámica personal, se revela como una contribución cuya importancia difícilmente podrá ser minusvalorada.
* El segundo desafío está dado por la dificultad de la persona para liberarse de su orientación hacia el bien aparente y reorientar su vida hacia el bien real. Sabemos que en muchos casos no bastan las exhortaciones ni los compromisos sinceros de la persona. Las dinámicas subconscientes que bloquean su libertad efectiva hacen ineficaces los actos de voluntad. Los repetidos propósitos, y tentativos consiguientes, tienen frecuentemente el resultado de desanimar a la persona y de volverla frustrada; termina por perder las ganas de superarse, que al inicio parecía también haberla entusiasmada. Una antropología capaz de hacer tomar consciencia a la persona de sus puntos vulnerables, ayudándole contemporáneamente a desarrollar la capacidad de ejercitar su libertad efectiva en el perseguir aquellos valores que hacen posible vivir el amor agápico y al mismo tiempo haciéndole también apreciar lo atrayentes y adecuados que éstos son a su realidad, será indudablemente una ayuda en el acompañamiento vocacional, sea de aquellos que están al inicio del camino, sea de aquellos que desde hace años se encuentran a la búsqueda de una mayor autenticidad. Mejor dicho, la ayuda ofrecida en tal liberación hace más disponibles a las personas para recibir una propuesta vocacional, sea de consagración o de vida cristiana simplemente.
* El tercer desafío, al cual una adecuada antropología vocacional puede dar notables aportaciones, es dado por la superación de las dificultades derivantes de las distorsiones con las cuales la persona percibe la vocación. Y ya que cada persona percibe también a su modo las comunicaciones más adecuadas acerca de los valores vocacionales, y por lo tanto está siempre en la posibilidad de distorsionarlos adecuándolos a la propia realidad y a las propias necesidades, comprender el origen subjetivo de la distorsión puede ser una ayuda muy importante en la formación de la conciencia y en el favorecer una convencida adhesión personal a los valores percibidos en su objetividad y relevancia plena por las propias condiciones. Superar tales distorsiones es necesario también para evitar proyecciones más o menos acusatorias hacia las otras personas que viven en los ambientes vocacionales.
En resumen, la reflexión antropológica vocacional nos ayudará principalmente a: a) disponernos a recibir la llamada y la acción de Dios, y b) sobre todo a discernir si es verdadera llamada o no .

JORNADA VOCACIONAL EN CHICLAYO: 21 Y 22 DE JUNIO DEL 2014

Jornada vocacional franciscana

Paz y bien.

Los frailes misioneros franciscanos, te invitamos a una jornada espiritual de discernimiento vocacional. 

Los días 21 y 22 de junio en la Basílica San Antonio de Padua, ubicada en la Av. Luis González 455, Chiclayo – Lambayeque – Perú.

Traer: Biblia, catecismo, el santo rosario y accesorios de aseo personal. Para mayor información comunicarse: Cel. Fr. Nelson: 976 461 992; Prof. Carlos: 979948528; Fr. Marcos: 947903709.

«¡EL Señor te bendiga y te guarde!

¡El Señor  haga resplandecer su rostro sobre ti y te mire con buenos ojos!

¡Señor vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz.»  (Núm 6,24.26).

 

ORIENTACIÓN ÚLTIMA DE LA PERSONA

ORIENTACIÓN ÚLTIMA DE LA PERSONA

Un dato fundamental es constituido por el ser del hombre que, a decir de Gevaert, es en sí mismo un individuo «finalistamente» orientado, lo cual significa que para entender al hombre es necesario entender primero cuál es el fin hacia el cual él está orientado.

La Gaudium et spes ante la pregunta acerca de quién es el hombre, responde hablando de la vocación del hombre: «el hombre ha sido creado ‘a imagen de Dios’, capaz de conocer y de amar al propio Creador» (GS, 12). Esta es la condición existencial de cada hombre. La llamada fundamental del hombre, de todo hombre, es aquella del amor como virtud sobrenatural (caridad) que es simultánea e inseparablemente amor a Dios y amor al prójimo. Sólo en esta autotrascendencia agápica encuentra realización no sólo su ser cristiano, sino también y simplemente su ser hombre.

Si esto es un dato indudable de la antropología cristiana, habrá necesidad de preguntarse cómo la dinámica de autotrascendencia agápica pueda insertarse en la realidad concreta del hombre signado por la concupiscencia y por lo tanto bajo el impulso de la clausura egocéntrica. Cuanto más el hombre será capaz de superarla, tanto más podrá ser disponible para la autotrascendencia agápica que, como se ha dicho, no es otra cosa que la capacidad de donarse a Dios y a los hermanos.

Las ciencias humanas, y en particular la psicología, poseen hoy día la capacidad de ayudarnos a desarrollar la antropología arriba esbozada, haciendo comprensible en el mejor modo cómo la libertad del hombre puede ser obstaculizada o disminuida, disminuyendo con esto la posibilidad de realización eficaz de la vocación cristiana. Sin la libertad de autotrascendencia es imposible el amor agápico vivido en las actitudes y en los comportamientos efectivos de la persona. Esto lleva a afirmar que la realización de la vocación cristiana, con una proyección particular a la vida religiosa, está condicionada de hecho por la capacidad de autotrascendencia de la persona.

Imagen

Fiesta de San Antonio de Padua

Vino al mundo en el año 1195 y se llamó Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, nombre que cambió por el de Antonio al ingresar en la orden de Frailes Meno res, por la devoción al gran patriarca de los monjes y patrones titulares de la capilla en que recibió el hábito franciscano. Sus padres, jóvenes miembros de la nobleza de Portugal, dejaron que los clérigos de la Catedral de Lisboa se encargaran de impartir los primeros conocimientos al niño, pero cuando éste llegó a la edad de quince años, fue puesto al cuidado de los canónigos regulares de San Agustín, que tenían su casa cerca de la ciudad. Dos años después, obtuvo permiso para ser trasladado al priorato de Coimbra, por entonces capital de Portugal, a fin de evitar las distracciones que le causaban las constantes visitas de sus amistades.

No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. El se fortalecía visitando al Stmo. Sacramento. Además desde niño se había consagrado a la Stma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza. Una vez en Coimbra, se dedicó por entero a la plegaria y el estudio; gracias a su extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir, en poco tiempo, los más amplios conocimientos sobre la Biblia.

En el año de 1220, el rey Don Pedro de Portugal regresó de una expedición a Marruecos y trajo consigo las reliquias de los santos frailes-franciscanos que, poco tiempo antes habían obtenido allá un glorioso martirio. Fernando que por entonces había pasado ocho años en Coimbra, se sintió profundamente conmovido a la vista de aquellas reliquias y nació en lo íntimo de su corazón el anhelo de dar la vida por Cristo. Poco después, algunos frailes franciscanos llegaron a hospedarse en el convento de la Santa Cruz, donde estaba Fernando; éste les abrió su corazón y fue tan empeñosa su insistencia, que a principio de 1221, se le admitió en la orden.

Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros. Pero no bien llegó a aquellas tierras donde pensaba conquistar la gloria, cuando fue atacado por una grave enfermedad (hidropesía),que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa. La nave en que se embarcó, empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de Sicilia. Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo general. Aquella fue la gran asamblea de 1221, el último de los capítulos que admitió la participación de todos los miembros de la orden; estuvo presidido por el hermano Elías como vicario general y San Francisco, sentado a sus pies, estaba presente. Indudablemente que aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués.

Tras la clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli. Hasta ahora se discute el punto de si, por aquel entonces, Antonio era o no sacerdote; pero lo cierto es que nadie ha puesto en tela de juicio los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo. Cuando no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros, después del almuerzo comunal. Mas no estaban destinadas a permanecer ocultas las claras luces de su intelecto. Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el convento de los Frailes Menores de aquella ciudad. Seguramente a causa de algún malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a pronunciar la acostumbrada alocución durante la ceremonia y, como ninguno de los franciscanos se sentía capaz de llenar la brecha, se ordenó a San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara.

El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador. En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía. En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de los herejes, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que se podía llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.

En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a gritar: «Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar». A su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro se conoció y conmovió a la ciudad, por lo que los herejes tuvieron que ceder. A pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los 40 días de cuaresma. La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban pedazos del hábito, hasta el punto que hacía falta designar un grupo de hombres para protegerlo después de los sermones. Además de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana cumplía con aquella función. En una carta que, por lo general, se considera como perteneciente a San Francisco, se confirma este nombramiento con las siguientes palabras: «Al muy amado hermano Antonio, el hermano Francisco le saluda en Jesucristo.

Me complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que está de acuerdo con nuestra regla». Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano Antonio estaba en el púlpito. Por cierto que poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos. Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros y, a pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia, poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. A veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad.

A donde quiera que iba, las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión. Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones; muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del púlpito. Con frecuencia, las iglesias eran insuficiente para contener a los enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y en los mercados. Poco después de la muerte de San Francisco, el hermano Antonio fue llamado, probablemente con la intención de nombrarle ministro provincial de la Emilia o la Romagna.

En relación con la actitud que asumió el santo en las disensiones que surgieron en el seno de la orden, los historiadores modernos no dan crédito a la leyenda de que fue Antonio quien encabezó el movimiento de oposición al hermano Elías y a cualquier desviación de la regla original; esos historiadores señalan que el propio puesto de lector en teología, creado para él, era ya una innovación. Más bien parece que, en aquella ocasión, el santo actuó como un enviado del capítulo general de 1226 ante el Papa, Gregorio IX, para exponerle las cuestiones que hubiesen surgido, a fin de que el Pontífice manifestara su decisión.

En aquella oportunidad, Antonio obtuvo del Papa la autorización para dejar su puesto de lector y dedicarse exclusivamente a la predicación. El Pontífice tenía una elevada opinión sobre el hermano Antonio, a quien cierta vez llamó «el Arca de los Testamentos», por los extraordinarios conocimientos que tenía de las Sagradas Escrituras. Desde aquel momento, el lugar de residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio. Porque no solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta. Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente, los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de San Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños. Para beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores.

Se dice que también se enfrentó abiertamente con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado. A pesar de que no consiguió realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le molestara. Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero. Bien pronto se dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le llevasen a Padua. No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad.

El 13 de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos sacramentos. Entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo: «Veo venir a Nuestro Señor» y murió. Era el 13 de junio de 1231. La gente recorría las calles diciendo: «¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!.Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de edad. Durante sus funerales se produjeron extraordinarias demostraciones de la honda veneración que se le tenía. Los paduanos han considerado siempre sus reliquias como el tesoro más preciado.

San Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona «O doctor optime» en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio «Doctor de la Iglesia». Se le llama el «Milagroso San Antonio» por ser interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el momento de su muerte. Uno de los milagros mas famosos de su vida es el de la mula: Quiso uno retarle a San Antonio a que probase con un milagro que Jesús está en la Santa Hostia.

El hombre dejó a su mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta del templo le presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio con una Santa Hostia. La mula dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló. Iconografía: Por regla general, a partir del siglo XVII, se ha representado a San Antonio con el Niño Jesús en los brazos; ello se debe a un suceso que tuvo mucha difusión y que ocurrió cuando San Antonio estaba de visita en la casa de un amigo. En un momento dado, éste se asomó por la ventana y vio al santo que contemplaba, arrobado, a un niño hermosísimo y resplandeciente que sostenía en sus brazos. En las representaciones anteriores al siglo XVII aparece San Antonio sin otro distintivo que un libro, símbolo de su sabiduría respecto a las Sagradas Escrituras. En ocasiones se le representó con un lirio en las manos y también junto a una mula que, según la leyenda, se arrodilló ante el Santísimo Sacramento que mostraba el santo; la actitud de la mula fue el motivo para que su dueño, un campesino escéptico, creyese en la presencia real.

San Antonio es el patrón de los pobres y, ciertas limosnas especiales que se dan para obtener su intercesión, se llama «pan de San Antonio»; esta tradición comenzó a practicarse en 1890. No hay ninguna explicación satisfactoria sobre el motivo por el que se le invoca para encontrar los objetos perdidos, pero es muy posible que esa devoción esté relacionada con un suceso que se relata entre los milagros, en la «Chronica XXIV Generalium» (No. 21): un novicio huyó del convento y se llevó un valioso salterio que utilizaba San Antonio; el santo oró para que fuese recuperado su libro y, al instante, el novicio fugitivo se vio ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar al convento y devolver el libro. En Padua hay una magnífica basílica donde se veneran sus restos mortales.

… de la mano de Dios